Thursday, February 21, 2008

Weather Moon

En penumbras escribo. Así justifico las palabras desubicadas o fuera de control. Así se abre una puerta y otra y otra... Yo voy atravesándolas sin ninguna prisa.
Sin ninguna prisa, sin ninguna pris, sin ninguna, sin ning, sin, si...

Una mujer transita de un fantasma a otro. Para arrancarse ilusiones tardías que le quiebran los ojos. Empieza a sujetarse del hermoso precipicio que le permite volar y hundirse. Allá en el fondo -por fin consigo misma- ata sus tristezas y sus orgullos, y sus demonios...

Veo monjas vestidas de negro, una que con un lápiz azul dibuja un atardecer; veo bicicletas que se estrellan entre paredes. Sueño con monitores rotos, con canciones entre cortadas, discos rayados. Tengo alucinaciones de glaciares engullendo mares, de aviones perdidos, de islas desiertas.

Sueño con niños flacos como piernas de flamencos siendo devorados por niños gordos con lenguas de reptiles que atolondran mis pupilas rompiendo la pecera de mis ojos e inundando mi cara.

El infierno y el paraíso se desproporcionan, Dios decide que los actos de los hombres no merecen tanto. Manda un fax al purgatorio recibido por el alcohol que destilan las vírgenes embrujadas de sus sagrados senos. Siento algo que se escurre en mi cara, toco con mi mano derecha, es sangre; sale de mi frente. Despierto.

Otro día que empieza con un erizo atragantándose en mi esófago. Hoy no es solo otro día para sentirme más sola, para sentirme más deshabitada, para juntar mis dedos y cerrar mis manos, tomando lo mismo que tengo de la vida: nada. Hoy es peor aún, hoy es de estos días en que no solo siento que no tengo nada, sino que también me reclamo por esto. Odio la vida, odio a todos los que se enamoran, a esta mierda de mundo conformista, a la puta de mi madre, a la mierda el infierno, a la mierda la muerte que no viene a buscarme, siento odio hacía todo, siento tanto odio hacía mi misma.
Soy tan hipócrita, tan cobarde, tan estúpida, tan fea, tan gorda, tan perdida, tan desubicada.

Hoy amanecí, que ni siquiera los espejos me quieren hacer compañía, pero se que estoy ahí. Y estoy harta, harta de las mismas frustraciones, harta de que se burle de mi, de que me mire con despecho, de que se desquite sus complejos y frustraciones conmigo, de ser su burbuja y su saco.

Normalmente las cosas nunca pasan de banales discusiones, nunca pasan de una irá momentánea, de tomar lo primero que se atraviese en mis manos y chocarlo contra el piso, de echarle varias maldiciones, de preguntarle que mierda hace conmigo, que carajo busca si mis gustos no son los mismos que la de ella. De cuestionarle su mariconearía, sus fijaciones tan distorsionadas, tan bizarras, de explicarle quien soy yo, de todo lo que mis padres me han dado, de cómo ha sido mi educación tan recta, que mientras he tenido novios he sido la novia perfecta, de que aborrezco las degeneradas como ella, de que nunca me acercaría a una estúpida como es ella. Que lo que me paso aquella vez en la escuela, fue un error garrafal y que a aquella idiota que se me acerco de esa manera la he hecho pagar por lo que me hizo con creces.

Yo estoy conciente que no soy una santa –siempre anuncio. Pero hasta esta mañana, pude tolerarle más abusas a la estúpida esta. No se que llevo una cosa a otra. Pero esta vez lo que tome en mis manos no fue para simplemente estrellarlo contra el piso. Esta vez en que me harte de ella, quise enterrárselo en medio de estomago. Tanta fue mi desesperación. Tanto fue mi dolor. Tanto fue lo que recogí y tanto fue lo que le soporte. Que no evite mi venganza. Me acerque a ella por la espalda. Lloraba por lo que haría, pero el cielo sabe que yo debía. La tome por sus hombros, y enterré las tijeras que encontré en mi escritorio en su abdomen.

Luego de todo aquello, todo paso como en un segundo, todo paso de manera tan monocromática y acelerada que ya no recuerdo nada más. Solo se lo que me han dicho. Que me encontraron desangrándome en mi habitación, con unas tijeras en la barriga, con varios espejos rotos.
Mi familia dice que no me vio con nadie. Todos dicen que siempre me veían sola, que no entienden de qué les hablo. ¡Malditos embusteros! Dicen que en mi casa nadie ha entrado en mucho tiempo. Y ahora me han puesto en esta habitación blanca, donde los pocos amigos que me quedan de hace tiempo, vienen a visitarme de cuando en mes y de uno en uno. De ella… no he vuelto a saber nada. Tampoco me importa. Aunque se que soy hipócrita diciendo que no pienso en ella, y todos los días desde que estoy aquí le cuento a alguien nuevo esta misma historia.